2/08/2009

Tienes razón.
No fue justo decidir que me ibas a cuidar. Debería haber preguntado antes de hacer tuyo el cetro. La cosa es que yo no quería, que no fue consciente, que me di cuenta en el momento que te quejaste, que eso no es excusa, que no tenía que haberlo hecho, que sí, que bien, que tienes razón, que te estoy explicando y no me escuchas...
Quizá si no me hubieras rodeado de palabras, pintado sonrisas en las noches más largas, hecho creer que valía la pena, que tenía algo diferente... Si no me hubieras mirado así o abrazado como lo hiciste... Si no me hubieras querido...
Quizá entonces yo hubiese cogido mis bártulos y me hubiese ido antes de hacerme un hueco y cogerte cariño, antes de empezar a rozarnos la piel más de lo estrictamente necesario, antes de dormir tantas noches juntos, antes de dejar de distinguir cuál era tu casa y cuál la mía, antes de acostumbrarme a verte en el espejo, antes de compartir la pasta de dientes, antes de pensar en ti al hacer la compra, antes de contarte aquellos secretos, antes de llevarte a casa de mis padres, antes de preocuparme por tu opinión sobre mi nueva ropa interior, antes de que el olor de tu piel impregnase el colchón...
Por eso cuando, ayer, empezaste a decir todo lo que hacía mal: llamarte demasiado, pedirte demasiado, besarte demasiado (¿cómo se puede besar demasiado?)... Sin olvidar el ser tímida, ingenua, ignorante, inconveniente... Cogí la mochila roja, te miré por última vez y salí. Al cerrar la puerta, seguías hablando: ataques de celos, borracheras cuando todo empezó a ir mal, conversaciones fuera de tono, las cremas destapadas, mis amigos, mis miedos, mis lágrimas...
Bajé las escaleras recordando todo lo que olvidabas: los días de fiesta en bares y discotecas, bailes, borracheras y risas; las tardes paseando por calles demasiado frías o demasiado calientes, recovecos en las esquinas; todos los viajes, arena, agua, rocas, monumentos y correos; las fotos ocultas en blanco y negro; las excursiones en bicicleta; las miradas que nadie entendía, los roces a escondidas; tu primera clase maestra; la cena de mi licenciatura; las lecturas en el sofá; los cines en casa; los besos de buenos días; los nos vamos porque sí, da igual dónde; nuestras pieles; aquellos fines de semana sin mundo exterior; la boda de J.; la llegada de más sobrinos; mi primer trabajo de verdad; los escritos a cuatro manos; las sorpresas; los susurros al oído; los guiños; el lunar del final de mi espalda...
Pensé que salía ganando: tengo mejor memoria que tú.

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