4/22/2007

Mi respuesta


Hace días una amiga me escribía un email y añadía al final, casi imperceptible, una frase que decía: "Tengo miedo de que llegue [la hora de irme de casa], porque siento que os perderé a todos un poco más, a unos más que otros, pero en el fondo a todos." (Y espero que no me mate por haber escrito esto)
Ella es joven y tiene pareja desde hace mucho tiempo, se han comprado una casa juntos en un pueblecito cerca de Zaragoza, que no es Zaragoza, claro. Y la hora de hacer las maletas llega y ellos se van, pero el resto de su vida se queda donde está. Para los que vivís en ciudades como Madrid o Valencia en las que los pueblos y la capital están pegados... debo explicaros que este lugar está "lejos" de Zaragoza, una ciudad en la que el transporte no brilla por su practicidad especialmente.
Desde que me escribió el email estoy pensando qué hacer para ayudarle a superar su miedo. Se me han ocurrido muchas ideas, pero ninguna es LA IDEA (luces de neón)... esa que le devolverá una sonrisa y le dará confianza. Creo que es difícil conseguir algo así cuando yo también tengo miedo. Me encantaría poder confirmarle que siempre estaremos aquí, que no cambiará nada, que seguiremos viéndonos... (Aunque a estas alturas estaríamos descojonadas de la risa ante la sarta de tonterías que estoy diciendo o llorando como magdalenas... ¿qué pasa? A veces también somos humanas).
Me encantaría recuperar los quince años, aquellos en los que tu futuro era hacer exactamente lo mismo que en el instituto pero más alta, con más chicos y mejor vestida. Aquellos días en los que nos escribíamos mensajes en las agendas, en papelitos que acababan con "Forever Friends" o "4F" en su versión reducida. Aquel entonces en el que todos éramos ingenuos e inocentemente maduros para saber lo que queríamos en la vida.
Ahora ya no.
La vida es un continuo movimiento de seres. Nada es eterno en ella excepto nosotros mismos, es decir, excepto su "vividor". Conforme crecemos vamos perdiendo cosas, cada día un poquito de algo o un mucho de todo, a los seis años me parecía imposible vivir sin papá y mamá... el año pasado viví un año fuera de casa; a los doce mis amigas del colegio eran lo mejor y siempre estarían ahí, hoy (once años después) casi no mantengo contacto con ellas; a los diecisiete me enamoré y creí no poder vivir sin él, hoy llevo seis sin hacerlo; a los veinte creía que me vida estaba dulcemente sentenciada: amigos, pareja y trabajo, todo decidido... hoy no tengo la pareja, ni los amigos que tenía antes y del trabajo... mejor no hablar. Cambiar da miedo, sí. (A mí por lo menos un montón). No hay más cojones. Nadie se va a quedar a nuestro lado para siempre y todo cambia y gracias a que cambia seguimos en esta vida. Es como esos días en los que después de llevar meses quedando en el mismo bar hace buen tiempo y puedes ir a una terraza... son esas brisas de primavera que nos traen oxígeno renovado.

Siepre estamos empezando épocas nuevas, algunas más marcadas que otras, y en todos esos comienzos se pierde algo... No sé qué será esta vez... Quizá el secreto sea intentar conservar lo que vale, aceptar lo que perdió valor y dejarlo marchar. No sé cuántos momentos buenos hemos pasado, sé que vendrán más y sé que no serán iguales, porque sino serían viejos.

(Y bueno, ya sabes que a mí eso de dejar marchar me cuesta... así que...)

Filológicamente hablando creo que deberíamos cambiar la palabra... cambiar por crecer, al fin y al cabo no dejamos nunca de hacerlo. ¿Por qué nos parece normal crecer de los 3 a los 18 años y a partir de ahí nos encabezamos en que tenemos una vida que no queremos cambiar? Nuestro hoy nunca es igual que nuestro ayer.

No hay comentarios: