5/25/2010

Tierra y agua hacen barro

Nunca se le dio muy bien correr. Se le enredaban las piernas y caía de bruces al suelo. Sí, como el señor de la foto, exactamente igual. No necesitaba barro, pero cuando lo había todavía se enredaba más y caía mejor. Se le daba bien, lo de caer digo. No necesitaba a nadie que la empujase. El pie derecho ponía la zancadilla al izquierdo y al revés, todo muy cooperativo. Si había llovido, aprovechaba, por supuesto, hundía demasiado el pie y así no había quien saliera. El barro se le metía en la nariz y en la boca y, claro, no le dejaba respirar. Ella se ahogaba, pero bueno, son cosas que pasan. Cuando otro corredor pasaba a su lado le decía lo bien que iba, lo que podía lograr, lo buena que era. Y ella con los brazos hundidos por intentar levantarse sintiendo deslizarse por las piernas nosémuybienqué asentía con la cabeza, tragando más barro. Así no se puede. Al final hincando una rodilla en una profética piedra (y despellejándosela de paso) y un codo en la profundidad un poco más seca lograba incorporarse, hecha un cristo, eso sí, pero incorporada, oye. Y volvía a levantarse y volvía a correr y se volvía a caer... Claro, era lo esperable, tardó mucho en darse cuenta de que se le daba mejor andar. La cosa es que ella quería correr como si fuera una gacela, pero era un elefante. Un elefante torpe para más señas. Claro, pon a un elefante a correr entre los pasillos mínimos de los comercios cutres: todo se va al suelo. Y ese acabó siendo su lugar, el suelo del barrizal, buscando la piedra profética de turno. . . Hasta que un día, doblemente hundida, casi ahogada por el barro, al levantar la vista, hete aquí que había una mano que le ofrecía su ayuda. Hete aquí...


Imagen vista en: El camino hacia

No hay comentarios: