1/09/2009

Fácil y difícil...

A veces tengo razón y tengo que empezar por el medio, porque si no se pierde todo lo que viene; pero yo siempre me empeño en empezar por el principio y así me va, que no acabo nada...
Puto Herbert, una lee dos páginas suyas y se le enciende la bombilla, las palabras le devoran el cerebro, comiéndose su masa gris y re-creándose por detrás, como reduplicaciones en una frecuencia de dos coma tres... Échale narices que diría el otro. Devorarse una misma sin razón, porque no hay razón, que ahora todo el mundo escribe y todos decimos cosas interesantes. Frases buenas hay hasta en las peores novelas. Eso es lo fácil.
Lo difícil es lo de siempre, mirarse y decir soy esto. Sea lo que sea esto, un genio o una mierda, lo mismo da (que da lo mismo). Somos lo que queremos ser, lo que nos llegamos a creer, lo que los otros nos dicen. Por eso de vez en cuando, nos desnudamos del todo, las menos de las veces lo avisamos, no vaya a ser que el otro se asuste. A no ser que nos importe, si nos importa, hay que avisarlo. Por si acaso. Nos da miedo lo que podamos encontrarnos frente a frente. Desnudos de palabras y de ropas. Mirarse dos a dos y no estar muerto. O estarlo. Eso es más cabrón todavía. Estar muerto y querer estar vivo.
Lo difícil también es que el apoyo del teclado se mantenga en su sitio y que no se esconda detrás de alguna esquina porque está nervioso. Pero es lo de siempre, la mierda de estar vivos, querer tenerlo todo y saber que sólo una palabra lo cambia para siempre. La palabra siempre es la misma y a nosotros nos pasa porque la decimos y nos vestimos con ella, porque somos así, dos amantes sin amor. El sexo se desliza hacia la boca y se rompe antes de llegar, en la garganta. Que no se note, sobre todo que no se note...
Y ahora ¿qué?... Todos se masturban, no somos diferentes; por mucho que queramos, todos miramos desde el mismo sitio y hacia el mismo punto. Nadie nos mira y todos nos prestan atención, atentos al siguiente movimiento. Baja las luces y pon música, estoy harta de que me vean.
Tú eres el que nunca pierdes comba, sabes cogerla con suficiente seguridad como para que no se note si tartamudeas. Yo tartamudeo. El yo y el tú se nos confunden en cada frase. Cambios de papeles, tú vuelves a ser tú y yo dejo de ser ella y me convierto en otra, toda la vida disfrazándome para acabar enseñando lo que ya conoces. Dame un poco más de eso, por favor; no, no hay más y se ha acabado.

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