Atascadas en algún lugar
Hace poco más de un año ocurrió esta historia, en aquel momento yo era otra y mi vida completamente diferente... pero me gusta recordarla
A veces veo coches que se mueven, pero ahora sólo veo luces... con estas palabras podría resumirse nuestro viaje de regreso de Frankfurt Hahn. Ocho horas cruzando Alemania, dos mujeres, un Peugeot 206 azul con matrícula española, una café con leche para llevar, una bolsa de Doritos, una tableta de chocolate, un paquete de mentos, una botella de coca-cola y otra de agua con muchas sales minerales.
Si alguna vez os habéis sentido perdidos, nunca lo habéis estado; si alguna vez os habéis sentido unos pringados, nunca lo habéis sido; si alguna vez creísteis que el mundo se burlaba de vosotros... esperad que os cuento nuestra experiencia.
A la una fui a casa de Bea, como siempre se acababa de despertar... teníamos que irnos... había que llevar a Alberto y a Ainhara a Frankfurt Hahn. Llegaron más tarde, al bajar al coche, Alberto (el abuelo) se opuso a las escaleras y la naturaleza cruel, le castigó con un tropezón en el barro. Sí, se había manchado entero, él y las maletas... sólo se oía nuestra risa. Cuando por fín salimos después de limpiar todo ya eran las dos. Nuestos estómagos rugían... pero un avión esperaba (bueno no esperaba, ese era el problema) y podríamos comer después. A la altura de Frankfurt la sorpresa: había atasco y nevaba. Gracias a Dios, era en dirección contraria y por el momento no era mayor problema. Sólo Bea se preocupó pensando en la vuelta... los demás éramos unos inconscientes.
Los dejamos allí, rumbo a Venecia, donde los gondoleros y la Plaza de San Marcos esperaban impacientes su llegaba. Nosotras, decidimos volver, oscurecía y el camino se hacía peligroso. Nos perdimos, como siempre, no hay viaje por Alemania sin perderte... cuando conseguimos llegar a tierra conocida (es decir un cartel que anunciaba Frankfurt) nos sentimos felices y dichosas (ingenuas). Paramos en una gasolinera y compramos algo de comer (lo que tan detalladamente os he descrito antes) y de paso llenamos el depósito (gracias a Dios)... Seguimos nuestro viaje sólo interrumpido por el señor de la T.A (información de tráfico, al que no entendíamos y que no dejaba de repetir que algo estaba bloqueado por la nieve)... todo iba bien, reíamos y cantábamos alegremente (sí, como una excursión colegial...) Fuera llovía y nuestros peores temores parecían disiparse.
Pero la esperanza nunca duró tan poco. Decidimos que pararíamos tras pasar el tramo peligroso... el tramo peligroso (inocentes!!) Lo pasamos sí, con un pequeño tropezón en el que el café se dispersó por el coche... sin más... decidimos que pararíamos en la próxima estación. Nunca llegó.
Bea seguía al mando... y nuestros ojos se abrieron como platos al notar el destello de unas luces de emergencia. ¿Qué ocurría? ¿Qué era aquella hilera roja ante nosotras? ¿Por qué nos estaba ocurriendo aquello? Todas las preguntas tendrían su respuestas. Una voz en off parecía decirnos: GILIPOLLAS; ESTÁIS EN UN ATASCO ALEMÁN. Nuestas caras cambiaron y aún más al ver que nadie se movía y que los coches apagaban los motores. Bea, enfrascada en la superviviencia de su motor se negaba a apagarlo... la realidad la abofeteó cuando oímos apagarse el motor de un trailer junto a nosotras. Nunca la había visto así... toda la esperanza... desapareció de su mirada... y por fín un grito nos sacó de nuestro sueño... Nos movíamos, era real, los coches rodaban... sí... la velocidad existía y nosotras éramos su máximo exponente. Éramos felices.
Pero el destino, cruel y maldito, se volvió en nuestra contra: después de andar 20 metros los peores augurios se hicieron realidad. Volvimos a parar. En aquel momento las dos estallamos en una risa nerviosa e histérica. De pronto Bea gritó: la temperatura del aceite era superior a lo normal... estábamos en un atasco... no sabíamos cuándo podríamos parar y nuestros móviles estaban sin batería... ¿todos? No! un superviviente español luchaba contra el destino... Llamé a Goyo, necesitábamos confirmar que no nos pasaría nada... Gracias a él nos tranquilizamos... el coche no iba a explotar. Lo que no sabíamos era dónde conseguiríamos orinar... nuestros fluidos reclamaban nuestra atención vigorosamente... Pronto la locura hizo mella en nosotras. Llamamos a Arturo para confimarle que seguíamos vivas y pedirle que no se preocupase... y después todo comenzó a cambiar... reíamos por no llorar y fumábamos tabaco español... muchas frases cruzaron nuestra mente... hasta que Bea habló y dijo: "Esta vez creo que sí... nos quedamos aquí toda la noche"
Bastaron las palabras y los coches empezaron a moverse... parecía que Dios nos hubiese escuchado (creo que entonces empecé a pensar que podía existir) pronto se olvidó nosotras... otra vez. Veinte Kilómetros después y sólo a 180 de casa volvimos a pararnos. Bea no dejaba de repetir "esto no está pasando"... pero era real, aunque intentamos negarlo y especulamos con la posibilidad de que todo fuera un sueño... intentamos despertarnos y escribir un mensaje a Alberto diciéndole que no les podríamos llevar... todo fue en vano... el mundo era real... y nosotras estábamos en mitad de Alemania, en el centro de Europa, solas, sin que nadie pudiese ayudarnos. ¿Qué hacer? Decidimos jugar al "Un, dos, tres":
"Por veinticinco céntimos de euro... ¿Por qué estamos paradas? Porque un camión se ha quedado atravesado en mitad de la carretera, porque hay huelga de carreteras..."
Hubo más momentos, como aquel en el que ofreciéndome un cigarro encendido Bea dijo: "Tía, si después de seis horas encerrada contigo en un coche no te enciendo un cigarro no tengo perdón" y aquel otro en el que mirando a nuestro alrededor descubrimos que el mundo se burlaba de nosotras: estábamos paradas junto a una señal de tráfico en la que se leía: velocidad máxima permitida 120 kilómetros por hora... jajajaja realmente era irónico...
En fin, para qué hablar más sólo sonó la risa... y era cierto aquella situación no podía ser real. Sólo habíamos ido a acompañar a unos amigos... y ahora llevábamos nueve horas en el coche... en fin... el coche de atrás seguía en marcha y Bea no cesaba de repetir: "el de atrás tiene más fe que nosotras" (el pobre se negaba a apagar el motor". El resto ya es historia... me quedé dormida justo cuando empezamos a andar otra vez y la pobre Bea afrontó sola 100 kilómetros de carretera porque mis ojos se negaban a abrirse y estaba demasiado cansada para pensar en que no debía dormir. Me desperté a mitad de camino para decirle: no me parece nada bien esto que estoy haciendo, después volví a caer hasta llegar a Erfurt. Sólo quedaban 50 kilómetros y nosotras volvíamos a casa... 09 marzo 2006 19:21
Si alguna vez os habéis sentido perdidos, nunca lo habéis estado; si alguna vez os habéis sentido unos pringados, nunca lo habéis sido; si alguna vez creísteis que el mundo se burlaba de vosotros... esperad que os cuento nuestra experiencia.
A la una fui a casa de Bea, como siempre se acababa de despertar... teníamos que irnos... había que llevar a Alberto y a Ainhara a Frankfurt Hahn. Llegaron más tarde, al bajar al coche, Alberto (el abuelo) se opuso a las escaleras y la naturaleza cruel, le castigó con un tropezón en el barro. Sí, se había manchado entero, él y las maletas... sólo se oía nuestra risa. Cuando por fín salimos después de limpiar todo ya eran las dos. Nuestos estómagos rugían... pero un avión esperaba (bueno no esperaba, ese era el problema) y podríamos comer después. A la altura de Frankfurt la sorpresa: había atasco y nevaba. Gracias a Dios, era en dirección contraria y por el momento no era mayor problema. Sólo Bea se preocupó pensando en la vuelta... los demás éramos unos inconscientes.
Los dejamos allí, rumbo a Venecia, donde los gondoleros y la Plaza de San Marcos esperaban impacientes su llegaba. Nosotras, decidimos volver, oscurecía y el camino se hacía peligroso. Nos perdimos, como siempre, no hay viaje por Alemania sin perderte... cuando conseguimos llegar a tierra conocida (es decir un cartel que anunciaba Frankfurt) nos sentimos felices y dichosas (ingenuas). Paramos en una gasolinera y compramos algo de comer (lo que tan detalladamente os he descrito antes) y de paso llenamos el depósito (gracias a Dios)... Seguimos nuestro viaje sólo interrumpido por el señor de la T.A (información de tráfico, al que no entendíamos y que no dejaba de repetir que algo estaba bloqueado por la nieve)... todo iba bien, reíamos y cantábamos alegremente (sí, como una excursión colegial...) Fuera llovía y nuestros peores temores parecían disiparse.
Pero la esperanza nunca duró tan poco. Decidimos que pararíamos tras pasar el tramo peligroso... el tramo peligroso (inocentes!!) Lo pasamos sí, con un pequeño tropezón en el que el café se dispersó por el coche... sin más... decidimos que pararíamos en la próxima estación. Nunca llegó.
Bea seguía al mando... y nuestros ojos se abrieron como platos al notar el destello de unas luces de emergencia. ¿Qué ocurría? ¿Qué era aquella hilera roja ante nosotras? ¿Por qué nos estaba ocurriendo aquello? Todas las preguntas tendrían su respuestas. Una voz en off parecía decirnos: GILIPOLLAS; ESTÁIS EN UN ATASCO ALEMÁN. Nuestas caras cambiaron y aún más al ver que nadie se movía y que los coches apagaban los motores. Bea, enfrascada en la superviviencia de su motor se negaba a apagarlo... la realidad la abofeteó cuando oímos apagarse el motor de un trailer junto a nosotras. Nunca la había visto así... toda la esperanza... desapareció de su mirada... y por fín un grito nos sacó de nuestro sueño... Nos movíamos, era real, los coches rodaban... sí... la velocidad existía y nosotras éramos su máximo exponente. Éramos felices.
Pero el destino, cruel y maldito, se volvió en nuestra contra: después de andar 20 metros los peores augurios se hicieron realidad. Volvimos a parar. En aquel momento las dos estallamos en una risa nerviosa e histérica. De pronto Bea gritó: la temperatura del aceite era superior a lo normal... estábamos en un atasco... no sabíamos cuándo podríamos parar y nuestros móviles estaban sin batería... ¿todos? No! un superviviente español luchaba contra el destino... Llamé a Goyo, necesitábamos confirmar que no nos pasaría nada... Gracias a él nos tranquilizamos... el coche no iba a explotar. Lo que no sabíamos era dónde conseguiríamos orinar... nuestros fluidos reclamaban nuestra atención vigorosamente... Pronto la locura hizo mella en nosotras. Llamamos a Arturo para confimarle que seguíamos vivas y pedirle que no se preocupase... y después todo comenzó a cambiar... reíamos por no llorar y fumábamos tabaco español... muchas frases cruzaron nuestra mente... hasta que Bea habló y dijo: "Esta vez creo que sí... nos quedamos aquí toda la noche"
Bastaron las palabras y los coches empezaron a moverse... parecía que Dios nos hubiese escuchado (creo que entonces empecé a pensar que podía existir) pronto se olvidó nosotras... otra vez. Veinte Kilómetros después y sólo a 180 de casa volvimos a pararnos. Bea no dejaba de repetir "esto no está pasando"... pero era real, aunque intentamos negarlo y especulamos con la posibilidad de que todo fuera un sueño... intentamos despertarnos y escribir un mensaje a Alberto diciéndole que no les podríamos llevar... todo fue en vano... el mundo era real... y nosotras estábamos en mitad de Alemania, en el centro de Europa, solas, sin que nadie pudiese ayudarnos. ¿Qué hacer? Decidimos jugar al "Un, dos, tres":
"Por veinticinco céntimos de euro... ¿Por qué estamos paradas? Porque un camión se ha quedado atravesado en mitad de la carretera, porque hay huelga de carreteras..."
Hubo más momentos, como aquel en el que ofreciéndome un cigarro encendido Bea dijo: "Tía, si después de seis horas encerrada contigo en un coche no te enciendo un cigarro no tengo perdón" y aquel otro en el que mirando a nuestro alrededor descubrimos que el mundo se burlaba de nosotras: estábamos paradas junto a una señal de tráfico en la que se leía: velocidad máxima permitida 120 kilómetros por hora... jajajaja realmente era irónico...
En fin, para qué hablar más sólo sonó la risa... y era cierto aquella situación no podía ser real. Sólo habíamos ido a acompañar a unos amigos... y ahora llevábamos nueve horas en el coche... en fin... el coche de atrás seguía en marcha y Bea no cesaba de repetir: "el de atrás tiene más fe que nosotras" (el pobre se negaba a apagar el motor". El resto ya es historia... me quedé dormida justo cuando empezamos a andar otra vez y la pobre Bea afrontó sola 100 kilómetros de carretera porque mis ojos se negaban a abrirse y estaba demasiado cansada para pensar en que no debía dormir. Me desperté a mitad de camino para decirle: no me parece nada bien esto que estoy haciendo, después volví a caer hasta llegar a Erfurt. Sólo quedaban 50 kilómetros y nosotras volvíamos a casa... 09 marzo 2006 19:21
No hay comentarios:
Publicar un comentario